martes, 25 de septiembre de 2012

.


Parte de mi individualidad es destruida metódicamente por el sistema, pues es necesaria la homogeneización del mismo para su mejor manejo. Es una destrucción masiva llevada a cabo en todos y cada uno de nosotros, presos del ciclo del llamado progreso, máscara de una decadencia traducida en pérdida del yo, e invasión del sistema en todos y cada uno de nuestros poros. Desde que nacemos estamos condenados a una paulatina destrucción del yo y conversión del mismo en una colectividad egoísta, donde nadie tiene claro su rol más allá de lo que le concierne; por lo tanto, acabamos unidos en una red cuya única finalidad es ser el sostén de un peso ajeno a nosotros, y del que a la vez formamos parte: el sistema. No nos destruimos para construirnos en un tejido que nos ayude a progresar, simplemente, nos dejamos destruir sistemáticamente. Desde fuera, el miedo cae como misil sobre nuestros hombros, y los cordones del abuso político nos cercan constantemente. Nos arrancan lo que somos para convertirnos en los cimientos sobre los cuales los residuos del paso del tiempo y de la historia de lo (in)humano rocían su esencia. La finalidad es que todos acabemos dando de comer a esta institución bien mecanizada, donde nosotros, pobres engranajes, debemos hacer girar un motor que no cesa de chirriar. La máquina de matar sustrae el combustible de nuestro ser.

Es inevitable no formar parte de la gran farsa, pues esta misma nos amamanta día a día, y necesitamos su leche para no morir desnutridos de soledad. Cuando quiero salir de todo esto, otra mano de adentro de debilidad y miedo me empuja y me devuelve al camino que debo recorrer, junto a los demás, para tener algún sentido en este mundo, porque necesito al mundo aunque él a mí no. Todos somos células putrefactas formando un mismo órgano enfermo, y todos y cada uno de nosotros necesitamos de las demás células para poder beber de esa fuente de agua estancada, que es ya, hoy día, nuestra única fuente. Si no somos en eso, no podemos ser. Tenemos nuestra función bien establecida, y si saliera de aquí, me condenaría a mí misma a la muerte, pero quizás moriría sin el dolor del mundo.

De algún modo u otro ese afán destructivo del Yo, llamado sociedad, acaba espolvoreando sus raíces molidas sobre mi cabeza. Supongo que tampoco puedo sentirme culpable por ello, pues ante la dualidad de la supervivencia social o la muerte, siempre acaba eligiendo uno lo primero, aunque sea por instinto. Porque me gusta, también a mí, sentirme humana dentro de la humanidad de fuera, y tengo el conflicto constante de sentirme bien allá afuera, pero a la vez reírme de í misma en todo. Me parece tan ridículo seguir viviendo en un medio jerarquizado, bajo una hemorragia constante de mentiras y manipulación, cócteles molotov y arrestos por desobediencia autoritaria, y entrevistas en directo de señores trajeados que se masturban sobre lo que en un pasado se erigió sobre cenizas, Y ESTO NO NOS DEBE IMPORTAR AUNQUE NO TENGAMOS NINGÚN FUTURO PORQUE EL FUTURO NOS LO HIPOTECARON ELLOS, y ya no tenemos ningún derecho a nada al haber renunciado a nuestra autonomía, y ahora le daré al botón off, y comeré una ensalada viendo un documental de Energy, y todo seguirá igual mañana bajo esta gran mentira puta que día a día vierte sobre nuestras cabezas, esa gran máquina oxidada de sistema. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario